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El lenguaje en los videojuegos, en las películas y en la televisión

La gente ya no ve tanto la televisión como antes: entre Netflix y Youtube se tiene la ilusión de poder decidir lo que se verá. No siempre será lo que uno espera, y a veces, como yo, se terminará viendo por tercera vez Dowton Abbey con la esperanza de gozar como la primera vez.

Debo empezar por decir que yo veo las películas y series en español. Lo hago porque a veces no veo la pantalla mientras se reproduce el contenido. Mi inglés no es lo suficientemente bueno como para sobrevivir sin subtítulos y, la verdad, no creo que se pierda gran cosa en el doblaje. De hecho, ver Django Unchained es una experiencia igual de buena en español, aunque sí diferente. Claro, hay unos doblajes malos y otros buenos. Me agrada el mexicano más que el de Venezuela, aunque creo que el de Chile es muy bueno.

¿Por qué? ¿Acaso quiero hacer enojar al consenso general o quiero llamar la atención? No quiero hacerme el único y diferente, si eso es lo que creen. Simplemente gozo con la riqueza del español.

Tal vez Poe hizo un poema muy bonito sobre un pájaro que atormenta a un viudo, o Shakespeare fue ingenioso con el uso de sus frases o Descartes con su forma de explicar su método, pero ninguno de ellos, exceptuando tal vez al dramaturgo inglés, puede compararse a Cervantes o Góngora. No sólo son individuos brillantes por sí mismos, sino que tienen una mejor herramienta, más versátil, que la de los otros. En ese sentido, el castellano es como un desarmador al que se le pueden cambiar las puntas. No importa la situación, se puede expresar de una forma adecuada, con la emoción correcta y con el significado preciso.

Además, las groserías en español son mucho más divertidas que en inglés. La lengua anglosajona es una Barbie y el castellano es un set de lego. Uno puede ser más práctico, pero el otro más versátil y con más funciones.

Por eso veo los Simpson en doblaje latinos. Sería muy pretencioso verlos en inglés. No sólo sus chistes son más graciosos, sino que sus expresiones se oyen naturales. Por eso creo que el problema principal que han cargado en años recientes es que suenan inorgánicos, como gente esnob tratando de ser graciosa.

La gente pretenciosa no es divertida. Por lo menos yo sé que me equivoco al escribir. Lo noto después de un rato. Pero hay quien prefiere hablar en inglés cuando ni siquiera sabe cómo funciona su propia lengua.

Antes, los videojuegos raramente llegaban en español a nuestras tierras. Ahí no había excusa para preferir algo en nuestra propia lengua porque no había. Uno tenía que adaptarse o no jugar. Lo mismo pasa con el ánime; podrían pasar años antes de que llegasen a inglés, muchos más a español. Se dependía de adolescentes que habían “aprendido” japonés para que los tradujeran caseramente.

Al final, los juegos terminaron teniendo por norma el inglés y lentamente llegaron al español, primero por subtítulos y luego a doblaje real. Para mí, ver The last of us completamente doblado, con actores que tomaron en serio su trabajo, fue un gran alivio y una gran experiencia.

Yo como galletas con leche mientras juego (y creo que podría tener una cena completa durante los cinemas de Metal Gear), y por eso me siento bien al saber qué pasa sin tener un ojo en la pantalla y el otro en la galleta (he roto vasos por eso) Pero luego, cuando creía que todo iría bien para siempre, me encontré con “irule”. Por alguna razón, en The legend of Zelda: Breath of the wild, Nintendo dio la orden de que en Hispanoamérica se pronunciara Hyrule (“jairul”) exactamente como se escribe. Los actores y actrices contratados para su doblaje de este continente son gente con mucha experiencia, con mucha capacidad y talento. De hecho, las voces de Zelda, el Rey, Revali y el príncipe de los Zora son muy buenas. Pero el constante “irule” se sentía como un pellizco en el escroto.

Al final, depende de recordar uno de los principios de la retórica de Aristóteles: conocer al interlocutor. Nintendo, Fox, Disney, cualquier cosa, deben ser conscientes de su público. Cervantes sabía que sus lectores iban a buscar diversión, por eso los llama “desocupados”. Quienes lo leerían serían nobles, tal vez hidalgos como el amable y confundido caballero, pero no esperaba que quinientos años después hubiese personas que lucharían con su forma de escribir. Eso me hace pensar que Nintendo no cree que la gente que habla castellano no sabe cómo es el resto del mundo, que somos salvajes incultos que se mata para poder comprar o vender cocaína, y sabemos que eso es un grave error (más o menos). Subestimar al público es lo peor que se puede hacer: pueden ocurrir problemas, como el costo excesivo del contenido (como pasa con los libros, Blu-rays y videojuegos en México) o darle mala fama a la adaptación, y crear a una subcultura pretenciosa que sataniza la riqueza del español.

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