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May the fourth be with you


Mucho se ha escrito sobre Star Wars, pero hoy no quiero hablar de las influencias de Lucas o el simbolismo de las precuelas y la guerra contra el terrorismo de Bush. Hoy quiero decir por qué es tan importante para mí, a pesar de todos los malos tragos recientes. Muchos podrían considerarse identificados conmigo, aun cuando la relación que estoy por describir sea con otra franquicia de cualquier otro medio, o eso espero.

En los tiempos de mi niñez, gustaba de construir cosas. Usaba unos grandes bloques de MegaBlocks para hacer castillos y robots. Hacía lo mismo todos los días, exceptuando tal vez el 11 de septiembre del 2001, en que traté de construir dos edificios gemelos para entender cómo fueron destruidos. Construía algo diferente con la intención de llevarlo frente al televisor y ver alguna de las cuatro películas de Star Wars hechas hasta el momento.

Es raro sentir que hay nueve películas y dos series, y que cuando construía naves y robots, sólo existían las primeras cuatro. Me siento viejo, pero también afortunado por haber vivido para ver el estreno del episodio I, II, III, VII, Rogue One y VIII, pero enojado por no haber visto cómo la sociedad se obligaba a evolucionar al ver la importancia que la gente le daba al cine con el estreno del episodio IV, V y VI. Sólo viví en el tiempo del odio y el sentimiento de ofensa al ver algo que supera las capacidades intelectuales del que se hace llamar fan. Eso me enoja más. Cuando pasé de los enormes bloques a los pequeños Legos, quise construir naves que pudo haber usado la República, la Federación de Comercio, el Imperio o los Rebeldes. Y cuando quise ser escritor, usé mis propios diseños para viajar hasta Próxima Centauri B y algunos de los sistemas estelares Kepler. También coleccioné figuras de Luke, Anakin, Vader y los soldados clon y de asalto imperial. Pero mi figura favorita siempre fue un viejo R2-Q5 que se puede ver en “El regreso del Jedi” por un breve instante, y que ahora mismo me observa en mi escritorio.

Mis compañeros de clase veían Dragon Ball, amaban al Hombre Araña de Toby McGuire y adoraban a “Malcolm el de Enmedio”. Yo los pude conocer hasta tener cerca de veinte años porque toda mi vida fue dedicada a Star Wars. Por eso, cuando vi el tráiler del Episodio VII, me emocioné. Casi lloré. Aún me emociona, aun cuando Leia rompió la diégesis al sobrevivir en el espacio y después de que Battlefront hiciera muchas tonterías con los sistemas de recompensas. ¿Por qué? ¿Por qué no creo que Star Wars se haya arruinado con el sacrificio de Luke y los chistes bobos de Dameron y Hux? Porque Star Wars sigue siendo Star Wars: Luke fue inteligente, Kylo Ren engañó a todos y Rey es muy hábil en la fuerza, tal como Obi-Wan venció al jedi más poderoso de todos los tiempos en Mustafar, Palpatine se convirtió en Emperador y Anakin podía pilotear sin ningún entrenamiento. El mensaje sigue ahí: la bondad puede vencer a la injusticia si todos se unen en su contra.

¿Estoy preocupado? Sí. Disney no sabe qué dirección tomar: puede buscar el dinero de nuevas generaciones o tratar de re-enamorar a viejos consumidores. Sus directores tienen demasiada libertad y son capaces de dañar los planes de los demás, y luego los escritores del contenido literario e interactivo tendrán que adaptarse a ellos. “Solo: A Star Wars story” pinta para ser una excelente película, pero el descontento que hubo con “Los Últimos Jedi” podría afectarla irremediablemente. Sólo nos queda tener una nueva esperanza cuando ese imperio contrataque con el regreso de los jedi. Tal vez, guiados por la Fuerza (y nuestro dinero) nos den las mejores películas que puedan existir. Yo las espero, desde esta galaxia muy, muy lejana.

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