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La cooperación es un juego sobre conejitos y amor


Uno de los recuerdos más claros de mi época del kinder es de cuando me pusieron a trabajar con otros niños por primera vez. Debíamos dibujar una casa entre todos, y para mí, como niño con trastorno de espectro autista, fue muy difícil seguir el patrón que los demás estaban llevando. Mi casa era rectangular, como son todas en la realidad, pero la de ellos tenía uno de esos techos inclinados al estilo estadounidense, con arboles y una familia a un lado. Ese mutante extraño marcó mi forma de ver el trabajo en equipo por el resto de mi vida. Por eso, en la primaria lo trataba de evitar, y en la secundaría dejábamos que un amigo hiciera todo por nosotros. Lo hacía de mala gana, pero lo prefería a tener una mala calificación por nuestra culpa. Después, en la preparatoria tuve que ser yo quien trabajase por todos los demás, poniendo el nombre de mis amigos, y ocasionalmente aceptando sus aportes. Y ya en la universidad, supe lo que era el verdadero trabajo colaborativo; lo peor de eso fue que no lo supe a través de la institución, sino en uno de esos momentos en los que fui a jugar videojuegos con mis amigos.


Lovers in a dangerous spacetime es un juego de desplazamiento lateral en lo que parece ser el espacio exterior. Una versión contemporánea del viejo Asteroids, pero con una nave circular y seis estaciones que manejan diferentes funciones de ella. El objetivo es contado por su historia: Los Lovers son una civilización que obtiene energía a través del amor. Un día, otra especie les roba los componentes de la máquina que procesa el amor, y es necesario que un pequeño grupo de héroes se embarque en una desesperada aventura para conseguirlas. Los jugadores deben pilotar la nave, manejar los escudos y operar los cañones para enfrentarse a los peligros del espacio.


Como niño con pocos amigos, esta experiencia me pareció abrumadora. En la primaria habría sido imposible que yo pudiese aceptar que mis compañeros llevaran a cabo acciones que se adaptaran a las mías, al mismo tiempo que yo tenía que coordinarme con ellos. En la secundaria, los pocos amigos que tuve eran igual, o más, individualistas que yo; un juego como este nos habría asustado y habríamos preferido otro más competitivo o más cinematográfico. Pero ahora, con más de veinte años, de los cuales nueve han sido de amistad, logramos pasar los primeros objetivos con bastante éxito.


¿Cómo fue este proceso? Pues tuvimos que olvidar todo lo que supimos sobre el trabajo en equipo hasta el momento. Tuvimos que entender que los aportes individuales no servían de nada y que no podíamos depender de uno solo. También, en mi caso, tuve que aceptar que cualquier deficiencia mía entorpecía el trabajo de los demás, pero al mismo tiempo, cualquier cosa que yo hiciera bien hacía que ellos hicieran sus tareas aún mejor. Yo era el artillero (o uno de ellos). Mi puntería, bastante mala, tenía que ser optima para que las amenazas espaciales no dañaran nuestra nave. José era el Piloto, y trataba de no chocar y de llevarnos por el camino más seguro. Aarón era el encargado de mover el panel del escudo hacia donde viniera un atacante, un disparo o una colisión. Nadie sobresalía, y ese era el logro.


Pero no puedo culpar a las escuelas, al sistema educativo o a los profesores. Bueno, sí puedo, pero eso no ayudaría en nada a lograr el objetivo de este texto: mostrar que otros medios, como los videojuegos, pueden cumplir cosas que otros no han podido lograr. Sí, muchos profesores conservadores ven el trabajo en equipo como una forma de cumplir con parámetros dados por las competencias, y también la alta cantidad de alumnos obliga a los profesores a trabajar en situaciones muy poco controladas. Lo recalcable aquí es que nosotros, después de quince años de educación, tuvimos un pequeño atisbo de lo que es cooperar al jugar un juego de cinco dólares. Cientos de expertos en psicología, desarrollo y aprendizaje (o eso afirman ser) trabajan para lograr un mejor sistema para el país, pero un estudio de diez personas (o podrían ser menos) logró su cometido con mucha más eficacia.


Lovers in a dangerous spacetime es un juego lleno de ambientes vistosos, secuencias chistosas, animaciones tiernas y referencias a la ciencia ficción contemporánea, que puede reavivar la llama de la amistad de un grupo de amigos. Estos tres, que en ocasiones puede aumentar hasta seis, crecieron jugando títulos para individuos o de competencia, obligándolos siempre a superar al otro o a trabajar por cuenta propia. Pero tres horas de los conejitos espaciales que buscan una maquina para producir amor, los dejó más exhaustos que mil partidas de Mario Kart. Sin duda, demuestra que los medios convencionales pueden ser funcionales, pero la apertura a nuevos métodos puede ser igual de provechosa. Quien sabe. Tal vez algún día, todos puedan hacer sus exposiciones correctamente o entregar una casa realista, pero a la vez bonita.




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