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La ciencia en la ciencia ficción


Todo inició con Mary Shelly y su Prometeo moderno, una profecía sobre los efectos adversos de un positivismo cruel y carente de emociones. Para su época, en la que la tecnología a vapor avanzaba y el conocimiento anatómico mejoraba día con día, los soñadores románticos se asustaban al ver cómo se desvanecía el encanto por la magia del ser. Fue entonces que Shelly escribió la historia de un científico que se olvidó de lo moral y se atrevió a transgredir la divinidad de la naturaleza al crear su propio ente.


Pero ¿dónde está la ciencia aquí? Shelly, desde el nacimiento del género, habla de los peligros de la ciencia, pero hay muy poca de ella en las páginas de Frankenstein o el moderno Prometeo. Incluso podría pensarse que hay más relación con el género fantástico. El papel del conocimiento científico se relega a una metáfora sobre la inmoralidad humana, más que un verdadero trabajo científico; una critica de la modernidad desde el punto de vista de una escritora romanticista.


Como toda buena obra de literatura, Frankenstein tiene como objetivo mostrar el lado criticable de un pensamiento contemporáneo. Shelly lanza una advertencia contra el positivismo. Afirma que la irresponsabilidad sobre las propias creaciones puede ser peor que la ignorancia que precedió a dicho conocimiento.


Ella podría no sabía mucho sobre ciencia, pero sí sobre el espectáculo. Conocía los morbosos eventos en donde los que autoproclamados científicos metían electrodos dentro de ranas muertas o cadáveres humanos. El resultado: un muerto contorsionándose de forma casi biológica. La ciencia de la cual sus estudiosos tanto presumían no era más que un show para los depravados.

Mary Wollstonecraft Goodwin (Mary Shelly, de casada) (1797-1851).

Pareciera curioso que un género orientado a la ciencia inicie con una advertencia sobre ella misma, pero es bastante comprensible si se considera la forma de pensar de los escritores de la época; Mary Shelly fue la amante (y luego esposa) de Percy Bysshe Shelly, quien a su vez era amigo de Lord Byron, el dandy por excelencia. Fueron escritores y poetas, soñadores en un mundo que cruzaba por la avenida de la revolución industrial. Se quedaban atrás en un mundo que parecía no querer detener el paso para admirar sus escritos.


Pero ¿Qué pasa con los escritores científicos, aquellos que sí querían a la ciencia y no la veían como si fuera un camino hacia la perdición humana? ¿Existían?


Y la verdad es que sí, pero muchas veces sus textos no sobresalían debido a su pobre técnica narrativa o a su pobre aceptación en los círculos literarios. No fue sino hasta la llegada de Julio Verne que se vio un escritor con obras que apelaban al avance tecnológico como recurso narrativo. Usaba conocimiento positivista, como el de la descomposición de gases para describir el funcionamiento de la nave del capitán Nemo, o pertenecientes a teorías poco conocidas, pero que después se confirmarían, como la de la deriva continental en Viaje al Centro de la Tierra.


De una forma similar llegó H. G Wells con una postura diferente, un poco menos sombría que la de Shelly, pero menos optimista que la de Verne. No caía en el error de pensar que toda tecnología estaba destinada al mal, sino que sus usuarios eran los peligrosos. Justo eso se ven en la Maquina del Tiempo, donde el protagonista es capaz de viajar a otras épocas del mundo, y la Guerra de los Mundos, donde los marcianos orquestan una invasión sobre la Tierra y así conseguir una nueva fuente de alimento.

Pero podría pensarse que la ciencia ficción tuvo un cambio después de esto. Empezaron a abundar las revistas sensacionalistas y luego los fancines de terror. Entre estas historias, muchas trataban sobre seres del espacio o científicos locos, pero de ciencia tenían muy poco y casi todas podrían considerarse desechables. Tal vez Lovecraft podría salvarse, y sólo por los elementos astronómicos en su trabajo del periodo de entreguerras.

La ciudad de Dresde fue bombardeada por las fuerzas aliadas en 1945. Fue la que presentó mayores daños en toda la Guerra.

Pero dicho periodo provocó un estado de tensión muy fuerte, donde el papel de la ciencia quedó en duda. La Primera Guerra Mundial inició con luchas a caballo y terminó con enfrentamientos aéreos, bombardeos desde dirigibles y batallas en trincheras con gas tóxico y ráfagas de armas automáticas. La Segunda inició con invasiones relámpago, campos de exterminio sistemático y finalizó con armas capaces de reproducir el principio de funcionamiento del Sol para destruir ciudades enteras.


El mundo quedó sin aliento por casi seis años, y cuando los muchachos regresaron a sus hogares después de ver la muerte y el fascismo a la cara, escribieron complejas alegorías de lo que presenciaron. Después de que el positivismo mostró su peor cara, la literatura científica llegó para criticarla una vez más. Vonnegut expuso la deshumanización a la hora de bombardear ciudades. No importaba cual fuera el bando, desde el punto de vista de los alienígenas que presenta en Matadero Cinco todos los humanos son seres violentos, capaces de usar a sus propios hijos para la guerra o de convertir ciudades en cenizas.


Llegaron autores como Aldous Huxley, Ray Bradbury, incluso Jorge Luis Borges; todos ellos escritores poco relacionados a la ficción científica, pero que incursionaron en su género con gran eficacia. ¿La razón? Una y otra vez será la crítica de la ciencia. Era de esperarse después de una guerra tan salvaje y con miras a una igual de desalmada en el sudeste asiático. Ahora los escritores hablaban de futuros distópicos basados en el uso de técnicas fascistas de natalidad, como en El Mundo feliz de Huxley, o situaciones en donde se pone a prueba el racismo de los estadounidenses como ocurre en Crónicas Marcianas de Bradbury.


Con el tiempo, las novelas se volvieron cada vez más especificas a la hora de hablar de los principios que regían sus mundos. El problema era que, con tanta rigurosidad, los lectores primerizos se veían intimidados. Estos autores fueron Isaac Asimov, Arthur C. Clarke, Robert Heinlein, entre otros. En muchos de estos casos, la calidad de la escritura era bastante buena, pero tendía a cometer el error de girar entorno a la ciencia por encima de armar una historia. Incluso se podría pensar que Asimov se olvidaba de la historia y prefería hacer largas descripciones del principio científico que utilizaba. De esa forma escribió los interminables capítulos en los que se explica el funcionamiento de los robots, de sus orígenes y su posible futuro, o sobre la tecnología nuclear que han alcanzado en la Fundación.


En otras ocasiones, como lo hace Phillip K. Dick, podemos ver que las historias se desarrollan con relativa efectividad sin la necesidad de profundizar en la tecnología de su mundo. En ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? Se habla poco de cómo funcionan sus androides o los aparatos de empatía; jamás se explica cómo se logran compartir emociones entre personas o los métodos de programación de los androides (cosa que sí se explica en los libros sobre robots de Asimov). De lo que sí se habla es del estado emocional de los personajes, de la economía de su mundo y de los problemas sociales que enfrentan. La historia gira alrededor de la empatía, cosa que se había dejado de lado en las historias de ciencia ficción desde Frankenstein.


Lo mismo ocurre cuando se lee a Ursula K. Leguin, donde la identidad y la psicología y la sexualidad son temas de mayor importancia que los métodos de viaje espacial. Concentrarse en elementos como esos evita que la influencia de Star Wars afecte a la narrativa, pues desde su salida, algunos escritores han preferido concentrarse en describir efectos en vez de desarrollar su trama o pulir su técnica. La riqueza del lenguaje puede superar a cualquier láser o batalla espacial.


Llegando más a nuestra época, en donde la ciencia nos ha mostrado imágenes de nebulosas, estructuras de materia oscura y agujeros negros, los escritores han preferido dar un paso atrás y en vez de volarse la cabeza con otras formas de La Guerra de las galaxias u otras versiones de Star Trek, que ya se han visto muchas veces en los cines, decidieron escribir algo un poco más sencillo.


Ese es el caso de Andy Weyr y su bien recibido El Marciano. Esa es la historia de un astronauta que es abandonado por sus compañeros en Marte y tiene que ingeniárselas para sobrevivir. Mark Watney deberá sacarle provecho a todo lo que tenga a su alcance, desde cultivar papas con sus propias heces, hasta adaptar un vehículo de exploración para viajar hasta el sitio de aterrizaje de una antigua sonda. Lo que lo diferencia del resto de las novelas, y pareciera marcar un nuevo paradigma (por así decirlo) es la precisión con la Weyr describe los procesos usados por la NASA, el impacto psicológico del abandono de Watney y, sobre todo, la tecnología disponible. Estos elementos hacen que el lector piense que ese escenario no está muy lejano, que ocurrirá en unos cinco o diez años. Nada de lo mostrado es descabellado y pareciera que se describe algo que se verá en un canal como CNN.

tanto la novela como la película hicieron todo lo posible para lucir como una misión de la NASA real.

El rigor científico es peligroso, pero también lo es si se es poco riguroso. Puede haber historias en donde dicho principio no sea visible desde un principio y se use de una forma superficial; tal es el caso de La guía del autoestopista galáctico de Douglas Adams, donde no se explica cómo funcionan los viajes espaciales, viajes en el tiempo, la comunicación o sus computadoras. En este caso, al igual que con Crónicas Marcianas de Bradbury, se utiliza este medio para hacer una critica a la sociedad, a la religión a los gobiernos y a las industrias editoriales.


La ciencia ficción es un genero relativamente joven. Las historias anteriores a Mary Shelly y su Prometeo Moderno trataban sobre burlas al heliocentrismo, al geocentrismo o hacia los astrónomos. Por eso, Frankenstein es considerada la primera novela que de verdad se cuenta una historia que parte de algo científico, y aunque no profundiza en ello, no podría existir sin esa pequeña chispa que servía para mover cadáveres. De la misma forma, Crónicas Marcianas no se acerca siquiera a la ciencia, pero sí muestra cómo nuestra cultura se comportaría en una situación de conquista. Y 2001: Odisea del espacio, a pesar de utilizar un recurso casi místico, como lo es el Monolito, describe cómo actuarían los humanos a la hora de investigar una anomalía cósmica, cómo la investigarían y las posibles fallas a la hora de llevar a cabo una expedición como esa. El objetivo no es mostrar luces y sonidos, o en su caso, planetas y rayos láser, sino mostrar a los humanos actuando en esas situaciones. La literatura es un conjunto de situaciones hipotéticas basadas en el contexto del autor, pero de ser necesario, se debe pensar en cómo actuaríamos estando en el espacio, al viajar en el tiempo, colonizando otro planeta o conectados unos con otros.


La ciencia ficción sirve para responder preguntas como: “¿Qué pasaría si me quedara solo en Marte?”, “¿Qué pasaría si viajara al pasado y conociera a mis padres siendo jóvenes?”, “¿Qué pasaría si un gobierno está siendo manipulado por inteligencias artificiales y éstas buscan esclavizar a la raza humana?” “¿cómo sería nuestra convivencia con los robots?” “¿Autos voladores?,” “¿Androides?”, “¿Invasiones extraterrestres?”.

En el siglo XIX se pensaba que el siglo XXI tendría cientos de avances que jamás ocurrieron

Al ver una computadora o un teléfono inteligente y pensar en todos los avances que estos necesitaron, es imposible preguntarnos por cómo será el futuro. En este momento, podríamos imaginarnos con gadgets super avanzados que incluso podrían estar instalados en nuestros cerebros y todo el tiempo transmitiríamos información unos con otros, pero si vamos a Bóvedas de acero de Asimov, veríamos que él creía que en el año 10 000 mil aún se utilizarían casetas telefónicas.

El futuro no está escrito, pero éste depende de las necesidades y del ingenio requerido para resolverlo. La ciencia ficción no es más que un escenario distinto, uno adaptado para contar las mismas historias que siempre se han dicho, pero esta vez, con características de lo que tenemos en nuestros bolsillos o frente a nosotros.

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