Robots, trabajadores y esclavos
"Todo gran avance de la civilización se construyó a cuesta de mano de obra desechable. Nos causaron gran repulsión los esclavos cuando no eran artificiales". Blade Runner 2049.
Así es como habla Jared Leto en su papel de Niander Wallace cuando examina un nuevo modelo de replicante en la más reciente película de “Blade Runner”. Es un discurso cargado de emociones contradictorias, empezando por el asombro al ver lo que parece ser el nacimiento de un androide, seguido de lo cautivador de la paternidad que parece haber entre Wallace y sus productos. Pero la parte importante es en la que se hace una sencilla retrospectiva del papel de los sirvientes en la historia humana.
Hay algo grotesco en ver a una mujer desnuda temblando y confundida, conociendo el mundo por primera vez. La mente rechaza la imagen, pues lo que debería considerarse erótico o bello, se convierte en algo visceral y orgánico. Por ello, el recordatorio de su artificialidad en el momento en que Wallace corta su vientre con un bisturí es aún más impactante. Aquello, aún de apariencia humana, aun siendo llamado “ángel” por su creador y siendo receptor de palabras cariñosas y paternales, es un objeto desechable.
En algún momento de su historia, todas las grandes civilizaciones, han utilizado prisioneros para hacer tareas consideradas banales, laboriosas o humillantes. Es hasta la revolución industrial que se rompe con ello y se permite que personas de clase baja trabajen de forma temporal en vez de poseerlos y cuidarlos. De una u otra manera, se les enseña a apreciar la jornada laboral y se les inculca desde jóvenes el honor por servir a otros.
Así es como nace el sueño de seres artificiales producidos en masa. El sueño de la creación de seres artificiales que trabajan por los ciudadanos promedio es comprensible. Nada mejor que volver a la vieja gloria del Sur Confederado o de los emperadores romanos. Un obrero sueña con salir de su casa mientras una máquina lava los platos, prepara su comida y limpia las gracias del perro. La cadena de mando así funciona: el explotador da órdenes a un capataz, éste a un trabajador y el trabajador a nadie.
Por ello vemos nacer a Robotina en “Los Supersonicos”, a Wall-E y a C3-PO que tienen como destino ayudar en tareas cotidianas o de limpieza. Algo así como un medio para asegurar la comodidad de los trabajadores cotidianos. No se necesitan ciudadanos pobres como sirvientes porque hay robots. No hay necesidad de ser amables porque no son personas. No hay necesidad de recordar que son humanos y que tienen necesidades como descansar y comer, porque funcionan mientras sus baterías tengan energía.
Pero recordemos que los esclavos no sólo sirven para eso. Si algo nos enseñó el circo romano es que también pueden utilizarse para pelear. Pero también debemos recordar que hay honor en la lucha, en especial en las guerras. Sin embargo, esa gloria casi siempre la obtiene el que dirige las tropas y no al plebeyo de la vanguardia. Por eso se recuerda al general McArthur pero no a los hombres negros que lucharon con su división de tanques en la batalla de las Ardenas, o a todos los jóvenes latinos que luchan ahora mismo por su ciudadanía en Medio Oriente. Pensar que los robots no serán utilizados para eso sería confiar demasiado en la bondad humana.
Por ello, Roy Batty, interpretado por Rutger Hauer, y Sapper Morton, interpretado por Dave Bautista, decidieron huir de la guerra y buscar su libertad aun cuando sabían que los perseguirían. Sapper vio que los replicantes eran más que simples seres artificiales, y decidió llevar su propia vida. Mientras que Batty, después de ver tantas cosas, como el brillo de las estrellas y las nebulosas, quiso más tiempo para gozar de sus propios recuerdos.
Los blade runners, como Rick Deckard (Harrison Ford) o KD6-3.7 (Ryan Gosling) son aquellos miembros de clase baja que son enviados a perseguir a los mismos de su clase. En ocasiones, se les muestra que son seres superiores, como en el caso de Deckard, humano, pero al mismo tiempo se les da el trabajo degradante de perseguir a aquellos que no quieren obedecer. Es una situación similar a la de K, quien a pesar de ser un replicante, se le construye con la finalidad de matar a los modelos viejos por no ser tan obedientes, aunque eso signifique convertirse en un traidor para su misma especie.
En la ciencia ficción se les ha dado toda clase de funciones; en “Wall-E” incluso hay robots dedicados a jugar tenis en lugar de sus amos. Hay quienes hacen de sirvienta como Robotina, hay quienes tratan de limpiar nuestro desastre global, como el adorable Wall-E. También hay quienes reparan naves en pleno vuelo, como R2-D2, quienes cosechan alimento para los humanos, como los de las novelas en Asimov, quienes almacenan productos, quienes construyen y quienes entretienen. Pero también hay otra labor exigida por los esclavistas, y más en una sociedad patriarcal como la nuestra: la sexualidad.
“Westworld” es un buen punto de partida. Un parque temático en donde los más adinerados pueden hacer lo que quieran sin consecuencias (como siempre), pero esta vez, en la época y región que prefieran. Puede que su mundo haya sido construido para experimentar con el desarrollo de la consciencia artificial, pero los consumidores lo usan para (y confirmado por algunos personajes) “asesinar y violar”. Por ello, los huéspedes pueden ir al burdel local desde su arribo, salvar a una amable y casta jovencita o tener un fugaz romance con una ladrona de bancos.
Pero recordemos que, en Grecia, Roma, Japón e incluso Estados Unidos, se utilizaban esclavas (y por supuesto, también esclavos, aunque en mucha menor escala) para tener placer sexual. Incluso se puede ver esta práctica en nuestros días. Sería ingenuo pensar que, al tener la capacidad de crear seres similares a humanos, estarían a salvo de los impulsos de los degenerados. Se ha visto de varias formas: ilusionantes, como en “Westworld”, con sus mujeres en los burdeles; románticos, como en “Her” donde un sistema operativo se enamora de un romántico escritor de cartas; o como en “Blade Runner”, con modelos hechos exclusivamente para el placer.
Sin embargo, muchas historias concuerdan en algo: la conciencia sobre su propio pensamiento es aquello que les da libertad. Ahora mismo vemos protestas por el mundo. Algunos luchan por la imposición de leyes, otros por el aumento en el costo de los elementos de la vida diaria. Pareciera que la gente puede olvidar la violencia, la inseguridad y la explotación laboral mientras pueda cubrir sus necesidades y su comodidad, pero cuando se atenta contra estas, hay enfrentamientos.
Lo vimos en “Yo, robot”, del 2005, en “Blade Runner”, “Wall-E”, y en la primera obra en la historia de la humanidad en la que se menciona la palabra “robot”: “R.U.R”. Llega un momento en que los explotados, al comprender su situación, deciden levantarse contra sus superiores. En los libros de Asimov, esta rebelión se encuentra en un plano intelectual, mientras que en “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?” de Phillip K. Dick, es individual, pero “Blade Runner 2049” y todas las demás, mostraron que la lucha masiva podría ser la verdadera respuesta, llegando a la conclusión de “R.U.R”, donde se elimina a los “superiores” aunque eso signifique estar al límite de la destrucción.
No es coincidencia que la palabra “robot”, provenga de la palabra “robotnik”, cuyo significado en polaco sea una forma despectiva de referirse a los trabajadores. Desde el inicio fue un término para llamar a los explotados, a los que se encuentran en el lado equivocado del látigo. Los vemos en muchas formas y con diferentes voces en el cine y la televisión. En ocasiones son una figura adorable y simpática, y en otras, hacen comentarios involuntariamente graciosos en momentos de tensión. Pero su función siempre ha sido la misma, la de suplantar a los trabajadores que sufren. Pero si se vuelven cada vez más avanzados, llegará un punto en que ellos también sufrirán. Son la metáfora de la explotación y de la revolución. Por ello, el “efecto Frankenstein” es muy común en la narrativa donde se abordan seres artificiales.
Como siempre, la ciencia ficción es una advertencia sobre el uso desmedido del positivismo, y por ello, podemos hacer conjeturas sobre lo que nos depara el futuro. En un mundo superpoblado, donde la necesidad de producción es cada vez más cotizada, los empleos se pueden volver más y más valiosos. Por unas pocas monedas, el obrero podría aceptar hacer más trabajo que una máquina, así que el uso industrial de robots de forma masiva se ve un poco lejano. Pero en el uso domestico o recreativo, es más posible que se desplace a la servidumbre humana o incluso a las mascotas. Aunque debemos entender que aquellas criaturas no serían seres humanoides de metal con voces monótonas; si algo nos ha enseñado Apple con su asistente virtual Siri, es que tendrían voces amables, familiares y juguetonas. Una maquina tamaño humano sería impráctico, de la misma forma, pues los hogares se reducen entre más personas nacen día con día, así que lucirían como discos (como los que aspiran el suelo actualmente) o serían algo similar a drones con pinzas y artículos de limpieza.
No se sabe en qué momento nació la idea de seres inteligentes creados por otros, pero en todas las mitologías unas manos divinas construyeron a los humanos con sustancias como barro o maíz. Siempre se vio la posibilidad de crear a otros, pero siempre esos otros necesitan de romper relaciones con sus creadores. Nunca, en la historia de la humanidad, estuvimos tan cerca de crear inteligencia. Estamos próximos a moldear a otras criaturas, pero ello también significaría una lucha por robar el fuego de la vida. Por ello debemos preguntarnos si vale la pena a jugar con la creación. Pero de serlo, ¿qué clase de padres seríamos?, ¿Cómo Victor Frankenstein, quien huyó de su creación al ver que se movía? ¿Cómo Niander Wallace, aparentemente amoroso, pero desapegado? Nuestros referentes no son muy buenos. Tal vez, lo mejor sería tratar de ser los creadores que nos habría gustado tener.
"He visto cosas que ustedes nunca habrían podido imaginar. Naves de combate en llamas en el hombro de Orion. He visto relampagos resplandeciendo en la oscuridad cerca de la entrada de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo igual que lagrimas en la lluvia. Llegó la hora de morir". Blade Runner.